Las 10 ciudades más caras del mundo

El ranking de las ciudades más caras del mundo de la EIU (Unidad de Inteligencia Económica de The Economist) para el 2014 revela que, una ciudad latinoamericana además de repetir sigue escalando entre las ciudades del mundo donde menos alcanza el dinero. 

Además, una de las ciudades da el gran paso hacia el primer lugar del listado. Este es el listado descendente del ranking: 

10. Copenhague (Dinamarca): Esta ciudad es una de las principales novedades de la lista, junto a la salida de Osaka.

9. Tokio (Japón): Tokio fue la sorpresa en el más reciente estudio luego de caer de la primera casilla ocho posiciones, aunque se mantiene en el top ten.
 
8. Melbourne (Australia): Para esta ocasión Melbourne desciende 3 plazas luego de estar entre las cinco ciudades más caras del mundo.
 
7. Ginebra (Suiza): Esta ciudad del centro de Europa luego de estar en la décima posición en el informe del año anterior, ahora recupera 3 lugares.
 
6. Caracas (Venezuela): La capital venezolana sigue siendo la gran sorpresa en la lista, ya que asciende 3 posiciones respecto al año anterior y se ubica como la primera más cara de Suramérica.
 
5. Sydney (Australia): Segunda ciudad australiana en el ranking. Sydney pierde 2 posiciones en el ranking con respecto al del año anterior.
 
4. Zurich (Suiza): La ciudad de Suiza luego de caer seis lugares el año anterior vuelve a tomar fuerza subiendo 3 posiciones, ahora se ubica en la cuarta posición.
 
3. Oslo (Noruega): El alto nivel de vida del país noruego hace que su capital se sitúe entre las ciudades más caras, concretamente, la tercera, subiendo un escalón respecto al informe del año anterior.
 
2. París (Francia): conocida como una de las ciudades más caras de Europa, París que en el último ocupaba la octava posición, para esta ocasión recupera seis puestos ubicandose en la segunda casilla.
 
1. Singapur: No es sorpresa que esta pequeña ciudad suba cinco posiciones, porque para nadie es un secreto que juega un papel destacado en la economía mundial.
 
Fuente: The Economist