El presentador de noticias tiene en su hogar un poco de herencia familiar, algunas antigüedades y todo lo que una casa necesita para encantar a los visitantes y que ellos quieran repetir.
 

Para llegar fue necesario salir de Bogotá. Más kilómetros de lo que pensaban todos y fueron suficientes para especular un poco sobre lo que se encontraría en casa de uno de los presentadores más reconocidos del país. Con seguridad, y por la imagen que Juan Eduardo ha creado con su trabajo en televisión, se trataba de un sitio muy familiar y atiborrado de historias.
 

Por fortuna, aunque de ninguna manera se trataba de un juego de apuestas, la mayoría acertó en las afirmaciones. Antes de llamar a la puerta, un vistazo por la ventana (para nada usual entre los visitantes de metrocuadrado) fue el abrebocas. En verdad, un lugar muy familiar.
 

En casa solo estaba el presentador. Era medio día y solo hasta el final de la tarde debía presentarse para la emisión de las 7 de la noche. No había premura y sí toda la disponibilidad para dejar entrar a cada rincón de su hogar a los invitados.
 

De antemano, todos sabían que el tiempo estipulado no iba a ser suficiente. Sin embargo, tratándose de un personaje tan cálido como él y un sitio tan encantador, los cambios repentinos no serían problema. Así que micrófono en mano y comenzó el recorrido.
 

La sala, el comedor, la terraza y la cocina, son las zonas que conforman este espacio adonde llegan casi siempre los visitantes. Ninguno podría pasar desapercibido teniendo en cuenta que cada uno guarda su esencia y alrededor de todos ellos se tejen interesantes historias.
 

En la sala, además de algunas antigüedades, ocupan un lugar muy valioso varios accesorios que hace un pariente de Juan Eduardo. Se trata de objetos nada convencionales y muy atractivos. Por ejemplo, un par de bombillos hechos en un material bastante particular y cuatro portavasos con la apariencia de tostadas.
 

Quien las ve (incluso de cerca) quisiera morderlas; pero una vez identifican que tienen un suave brillo, el antojo termina en algo de desilusión. No obstante, la expectativa, por encima de cualquier sensación, está siempre presente.
 

Es necesario subir un par de escalones para salir de la sala y seguir en la búsqueda de sorpresas. Hay que pasar frente a la escalera que lleva al segundo piso y finalmente queda al descubierto el comedor y la puerta corrediza que lleva a la terraza.
 

Allí, son protagonistas los accesorios antiguos y heredados por los abuelos de Juan Eduardo. Vajillas, lámparas y varios detalles que delatan los rasgos familiares de este espacio.
 

Mientras todos se quedan observando el lugar, el presentador se adelanta a la terraza. Ese sitio donde se llevan a cabo las mejores tertulias, deliciosos asados y donde reside la mascota de la familia. Un vistazo rápido y Juan Eduardo acelera el paso para enseñar uno de los lugares que más disfruta: la cocina.
 

Cálida. Esa fue la primera impresión y en ella coincidieron todos. Sumado a eso, tiene rasgos no tan comunes y tiene la capacidad de remontar al pasado.
 

Es hora de seguir las escaleras al segundo piso para ver de cerca las habitaciones y quedarse un poco al interior de cada una. De antemano, Juan Eduardo aseguró que todas guardan su sello personal y tenía razón. Sorpresas e incluso, lecciones, había en ellas.
 

Después de eso, otras escaleras se atravesaron en el recorrido pero esta vez para conocer un lugar que es escenario de cine, literatura y donde se llevan a cabo interesantes conversaciones: el estudio.
 

Amplio, atiborrado de recuerdos familiares, con una muy buena dosis de literatura y cine, y algunas antigüedades.
 

Hay que decirlo. Con eso habría sido suficiente pero faltaba un lugar más: el ático. Para conocerlo se necesitó la ayuda de una escalera y claro está, de un poco de flexibilidad (allí es mejor no estar completamente de pie). A diferencia de otros sitios como este, aquí había una habitación pero acompañada de lo correspondiente: cajas, recuerdos, regalos.
 

Dos horas en promedio pasaron para iniciar el descenso y para decir hasta pronto.
 

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Carolina Soto Ramírez Producción periodística / Sebastián Jaramillo Fotografía
 

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