Patricia Ruan García-Herreros / Redacción

Tener una vista de 360 grados es un privilegio con el que pocas veces se cuenta a la hora de  proyectar una casa de veraneo en el campo. El ideal de una panorámica envolvente fue posible en esta meseta, desde donde se aprecia en todo su esplendor el paisaje del suroeste antioqueño con el cerro Tusa como gran protagonista alzándose a lo lejos.

Ana Elvira Vélez y Juan Bernardo Echeverri, reconocidos arquitectos antioqueños y premiados a nivel nacional y panamericano, se unieron en torno a este proyecto para desarrollar una casa de

400 metros cuadrados en un terreno de 21 mil metros cuadrados, con la premisa de que fuera un punto desde donde apreciar ese trozo de geografía colombiana, definido por montañas, bosques y dos quebradas que delimitan el terreno a lado y lado.

Partiendo del hecho de que el protagonista es el paisaje, la directriz que inspiró el diseño fue la transparencia, lo que motivó el desarrollo de una construcción muy permeable a la luz y la vista para que ese paisaje en todo momento estuviera presente. Así, desde la puerta principal ya se intuye lo que se tendrá en la parte posterior, cuando se corren las puertas-ventanas, con lo que el espacio interior se integra con el exterior, ambientado con sus jardines y piscina.

La casa se implanta discretamente en el terreno, en la cima de la meseta, para proyectarse de manera muy horizontal en el lugar sin pretender sobresalir demasiado, proponiendo así mismo una serie de visuales que acentúan su volumen alargado. La cubierta invertida con una acabado en tabletas cerámicas en tonos tierra también contribuye a minimizar el impacto de la casa en el lugar. En igual sentido, la piedra San Andrés de 5 cm de ancho y con distintas longitudes se usó como material de enchape en ciertos muros exteriores e interiores para continuar con la misma línea de color inspirada en la naturaleza y constituirse en extensión de esta. Ya en el interior, un tipo de piedra coralina se instaló tanto en pisos como muros, manteniendo la sobriedad de los acabados a los que se suma el revestimiento de algarrobo en los cielos rasos.

Los arquitectos aprovecharon el desnivel del terreno para plantear dos habitaciones tipo suite con cocina privada para los huéspedes en un nivel más bajo que el del acceso, para así brindar privacidad a los invitados y a la familia. En el nivel superior se situaron dos habitaciones junto al estar de alcobas y una gran área social complementada con una cocina abierta, ambientes que se abren a la piscina alrededor de la cual gira la vida familiar. 

Respondiendo a las altas temperaturas que pueden alcanzarse durante el día en la zona, la casa tiene una orientación oriente-occidente con un ligero quiebre que se manifiesta justo en el punto medio, en el acceso principal. Este pequeño giro le ha dado a la cocina una proporción poco convencional y algo de privacidad. Por una lado, se abre a la fachada principal a través de una larga ventana y, por el otro, se relaciona con la zona social con un mesón en piedra frente al comedor. Los gabinetes de madera mantienen los acabados en la misma paleta de color del resto de la casa.  

La piscina enchapada en mármol travertino se proyectó de manera independiente con respecto a la casa misma, que a su vez se prolonga hacia corredores protegidos por aleros que evocan la arquitectura tradicional antioqueña.

Al final de estos ejercicios de diseño los arquitectos Ana Elvira Vélez y Juan Bernardo Echeverri esperan que “la arquitectura no se haya impuesto al paisaje”. Cuando se logra este cometido, sostiene Ana Elvira, “uno ya no puede imaginarse el lugar sin la presencia de la casa”.